jueves, 25 de abril de 2013

SEGUNDO DÍA - ÚLTIMA PARTE



La última visita fue a la imponente catedral de Palermo. Su fachada, con una interesante mezcla de elementos góticos y normandos, bien merece una foto panorámica. En aquella gran plaza, sentimos que la gasolina se agotaba. Había llegado el momento de callejear, y nunca agradeceré bastante a Bernardo su sugerencia de rodear la catedral para asomarnos a un curioso callejón. Allí nos encontramos, no solo con una de las sorpresas que yo buscaba, sino con otra inesperada. Una calle llena de color nos permitió acercarnos a la tradición de los carros sicilianos, a su curiosa decoración inspirada en temas caballerescos o religiosos, que encontramos  también en los célebres motocarros palermitanos y hasta en las vespas. Fue un regalo para la vista, pero lo mejor estaba por llegar. 
Escuchamos una hermosa canción. Parecía siciliana. Y lo era. El dueño de una sastrería se había reunido con sus amigos, tras la jornada de trabajo, para tocar música, reír y cantar. Por suerte, dejó la puerta abierta, y nos permitió durante un rato, unirnos a la fiesta, cantar, reír, sentir Sicilia y sentirnos un poco sicilianos. Fue, para todos, una experiencia de las que no se olvidan. 
Deambulamos por los lugares relacionados con I Beati Paoli, una especie de fraternidad secreta que, aunque forma parte de la leyenda y no de la historia, está muy presente en Palermo. Se reunían en lugares secretos en los subterráneos de la ciudad, y allí celebraban procesos para ejercer su propia justicia y castigar a los culpables que las leyes o la fortuna dejaban sin castigo. Ahora, sin duda, tendrían mucho trabajo.
Y con un limoncello frente al Teatro Massimo y un brioche lleno de helado, terminó el primer día en Palermo. 





























miércoles, 24 de abril de 2013

SEGUNDO DÍA - CUARTA PARTE


Y a las cinco de la tarde ... función de marionetas. L'opera dei pupi es una tradición que se difunde en Sicilia en el siglo XIX y que tuvo una gran acogida entre las clases populares. Los marionetistas entretenían al pueblo con sus historias, extraídas de la literatura caballeresca medieval, de los poemas italianos del Renacimiento, de la vida de los santos o de los bandidos más famosos. Estos teatros eran generalmente negocios familiares, y las técnicas se transmitían de generación en generación. Así nos lo explicó el "puparo" que nos recibió, nos dejó ver las candilejas y manejar sus muñecos, nos mostró sus secretos  y presentó aquella magnífica función en la que disfrutamos como niños contemplando la disputa entre Ornaldo y Rinaldo por el amor de Angélica. Había algo mágico en aquella sala, en aquellos escenarios superpuestos, en aquellas luces de colores, en aquellos muñecos caricaturescos y siniestros, en aquellas voces ... tradición, arte, familia, sentido del humor ... había mucha Sicilia en aquel teatro. Yo, sin duda, me quedo con la muerte del dragón, y con la humilde sabiduría de aquel hombre que había heredado el oficio de su abuelo y lo estaba enseñando a sus nietos. Grande il puparo. 











                                         









SEGUNDO DÍA - TERCERA PARTE


Nos quedaba aún por visitar otra de la joyas de Palermo, pero al salir de Ballaró nuestros estómagos rugían. Habíamos reservado mesa en un lugar precioso, y yo me llevé una agradable sorpresa. Estábamos en el barrio en el que yo me había alojado en mi anterior viaje, y recomendé un sitio al que solía acudir. Nada más entrar el dueño me reconoció. Lo mismo me pasó en la heladería que también recomendé y que estaba a pocos metros de allí. Me reconoció y me invitó al helado. Era mi barrio, si, pero tan solo estuve cinco días y habían pasado ya  tres años. Los palermitanos son así. Respecto al helado, solo decir que aún me conmueve recordar aquel momento en el que el sabor del café y de la nata bailaban en mis papilas. Algunos sucumbieron a la tentación conmigo. Y creo que tampoco se arrepintieron. Respecto a la comida, no sé qué le pusieron, pero lo que sí sé es lo que me costó que os centrarais después en la visita a San Giovanni degli Eremiti. Sus cúpulas rojas son uno de los símbolos de Palermo, y su hermoso claustro fue testigo de un momento divertido y entrañable. 




































SEGUNDO DÍA-PARTE SEGUNDA




Por fín había llegado el momento de visitar la Capilla Palatina. Tenía tantas ganas de compartir ese lugar que un día me dejó sin palabras ... quería compartir la emoción que produce la cegadora belleza de esa joya dorada que alojan los muros del robusto Palacio Normando. Quise, además, que la viéramos el primer día, porque cuando uno sale de allí siente que, sólo por ese momento, llegar hasta Palermo ha merecido la pena. El pavimento, los muros, los impresionantes mosaicos, todo es luz y color en esa capilla sin ventanas que el rey normando Roger II mandó edificar en 1192. Nunca olvidaré vuestros rostros, vuestros gestos, vuestras miradas, que no sabían donde posarse. En el enorme y poderoso Pantocrátor, en la decoración y los ricos materiales de las paredes, en las historias bíblicas de las naves o en las muqarnas, las estalactitas que conforman el artesonado, realizado por artistas musulmanes y adornado con figuras e inscripciones cúficas. Es un lugar de belleza indescriptible, y no hay relato ni fotografía capaz de captar la esencia de aquel espacio y las sensaciones que provoca, sobre todo en almas sensibles como las vuestras. Fue toda una experiencia, arrebatadora y agotadora.  












Después de la conmoción de la Capilla Palatina, se imponía algo más relajado, y tras recorrer algunos rincones de ese pintoresco barrio, nos adentramos en el pequeño cáos del mercado de Ballaró. Los mercados de Palermo son un regalo para los sentidos, y éste, que es el más antiguo de la ciudad y el primero que visitamos, nos sedujo de inmediato. El colorido de los puestos, de los toldos, de las frutas y verduras artísticamente dispuestas, el aroma de las especias, de las sardinas secas, de las decenas de variantes de aceitunas, la música, los gritos de los comerciantes ofreciendo sus productos, y esos puestos de comida ambulante que, además te ofrecían la posibilidad de cocinar la carne, el pescado o la verdura que comprabas en el mercado y que podías degustar en los bares cercanos. Como íbamos con prisa, propuse hacerlo en otro mercado más conocido el último día, pero no pudo ser. Fuimos al mercado, pero no encontramos allí lo que buscábamos. Aprovecho para decir que me dolió en el alma por todos, pero sobre todo por Salva, al que sé que le apetecía mucho probar esa experiencia. Hay que volver a Palermo.