miércoles, 24 de abril de 2013

SEGUNDO DÍA-PARTE SEGUNDA




Por fín había llegado el momento de visitar la Capilla Palatina. Tenía tantas ganas de compartir ese lugar que un día me dejó sin palabras ... quería compartir la emoción que produce la cegadora belleza de esa joya dorada que alojan los muros del robusto Palacio Normando. Quise, además, que la viéramos el primer día, porque cuando uno sale de allí siente que, sólo por ese momento, llegar hasta Palermo ha merecido la pena. El pavimento, los muros, los impresionantes mosaicos, todo es luz y color en esa capilla sin ventanas que el rey normando Roger II mandó edificar en 1192. Nunca olvidaré vuestros rostros, vuestros gestos, vuestras miradas, que no sabían donde posarse. En el enorme y poderoso Pantocrátor, en la decoración y los ricos materiales de las paredes, en las historias bíblicas de las naves o en las muqarnas, las estalactitas que conforman el artesonado, realizado por artistas musulmanes y adornado con figuras e inscripciones cúficas. Es un lugar de belleza indescriptible, y no hay relato ni fotografía capaz de captar la esencia de aquel espacio y las sensaciones que provoca, sobre todo en almas sensibles como las vuestras. Fue toda una experiencia, arrebatadora y agotadora.  












Después de la conmoción de la Capilla Palatina, se imponía algo más relajado, y tras recorrer algunos rincones de ese pintoresco barrio, nos adentramos en el pequeño cáos del mercado de Ballaró. Los mercados de Palermo son un regalo para los sentidos, y éste, que es el más antiguo de la ciudad y el primero que visitamos, nos sedujo de inmediato. El colorido de los puestos, de los toldos, de las frutas y verduras artísticamente dispuestas, el aroma de las especias, de las sardinas secas, de las decenas de variantes de aceitunas, la música, los gritos de los comerciantes ofreciendo sus productos, y esos puestos de comida ambulante que, además te ofrecían la posibilidad de cocinar la carne, el pescado o la verdura que comprabas en el mercado y que podías degustar en los bares cercanos. Como íbamos con prisa, propuse hacerlo en otro mercado más conocido el último día, pero no pudo ser. Fuimos al mercado, pero no encontramos allí lo que buscábamos. Aprovecho para decir que me dolió en el alma por todos, pero sobre todo por Salva, al que sé que le apetecía mucho probar esa experiencia. Hay que volver a Palermo.


                                            
  



























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